En este nuevo post, contamos con la colaboración de una amiga que nos explica sus inicios y progresión en el mundo del running. Aquí os dejamos su relato, Nunca me gustó correr:

Nunca me gustó correr. Me parecía aburrido, cansado, solitario, innecesario. No le veía la gracia a eso de empeñarse en ir de acá p’allá, sintiendo que te falta el aire y, encima, sola. Lo mío era más ir al gimnasio, hacer una clase de esas que estaban de moda o levantar pesas un rato, vestuario, risas, ducha y a casita.

Así que cuando un amigo me animó a correr, lo miré con pereza y una ceja levantada. Me convenció para salir a correr con él una mañana, pero yo sabía que no iba a pasar de ese día. Me convenció de puro pesado.

Y efectivamente, llegamos, corrí un minuto y se me salía un pulmón por la boca. El otro pulmón no, porque ya se había muerto. Paramos, anduvimos, volvimos a correr. Y así se me fue una hora, a lo tonto.

No sé qué fue, si la insistencia de mi amigo o que en ese momento me di cuenta de que dentro de mí tenía un afán competitivo que no conocía, que quería que ese minuto de dolor fueran dos, tres, cuatro minutos, cada vez con menos sufrimiento, o simplemente que la cervecita y la charla de después me merecieron la pena.

El caso es que casi 20 años después sigo corriendo.

En medio, me he lesionado, lo he dejado durante un tiempo porque no me daba la vida para todo (un hijo, el trabajo, los estudios…), he probado la emoción de correr en carreras populares, he conocido personas maravillosas que empezaron siendo simpáticos desconocidos y hoy son amigos imprescindibles, he viajado para participar en una carrera, he conocido ciudades corriéndolas, he sufrido cuando no he podido acompañar a mis amigos en sus nuevos retos y he aprendido mucho sobre mí misma.

Algunos aprendizajes son obviedades, pero estoy convencida de que correr es la forma más directa, barata y agradable de descubrirlas. Por ejemplo, que siempre puedes ir un poco más lejos, aunque creas que estás al límite, aunque creas que no tienes fuerzas. El esfuerzo y la constancia dan sus frutos, aunque a veces nos frustremos porque no llegan los resultados que querríamos. Sé estar conmigo misma y que corriendo me despejo y puedo pensar con más claridad. Salir a correr con alguien une mucho y es un gran motivador. Que aunque correr sea un deporte solitario en esencia, no hay nada como sentir el calor de los amigos cuando sufres en una carrera o en un entrenamiento.

Hoy, cómo no, sé mucho más que cuando empecé. Hoy ya no corro, «hago running»; hoy pienso en si soy pronadora o supinadora al elegir las zapatillas; escucho a mi cuerpo cuando el gemelo me dice «¡Para!» y, en general, puedo decir que hago menos tonterías y soy más consciente, también por esa sensatez que te imponen los años y los achaques.

El mundo y el running han cambiado mucho en 20 años, desde luego, pero si hay algo que no ha cambiado en mi relación con este deporte es ese chute de felicidad que me entra cuando supero la pereza, me calzo las zapas y salgo a correr. Es una lucha conmigo misma y contra mis excusas («no tienes tiempo, tendrías que estar haciendo otra cosa, te duele un poquito el dedo gordo del pie…») y cuando me gano, me siento feliz.

Esperamos que os haya gustado, ¿nos cuentas tú historia?