Crónica (libre) del fin de semana del GTTAP 2023
Superar los cincuenta y que la cabeza te empiece a hacer jugarretas es todo una. Así que mis disculpas si me repito y os vuelvo a contar alguna anécdota, o varias, que ya haya compartido con vosotros hasta la saciedad. En mi caso, además, se junta la edad con el componente de pesados de manual que solemos tener los corredores, machacando al prójimo más desprevenido con nuestras interminables anécdotas.
Así que, pónganse cómodos, pero no mucho no sea que se queden dormidos, porque se avecina un “Imaginad: Sicilia año 1920, una joven de pechos turgentes…”. Los que no sepáis de qué hablo (la serie “Las chicas de oro”), os informo: tenéis menos de 40 años. ¡Aprovechadlo!
Esta historia empieza en la Navidad de 2018, en la cena del club. O eso, pero es mejor para la historia, así que lo daremos por bueno. Y no sé si lo que voy a narrar ocurrió antes o después de sufrir los efectos demoledores del “Sortilege” que llevé a esa cena, pero pensaremos que fue después, y así nos sirve como atenuante.
¿Qué pintaba yo en esa cena? Yo, que llevaba corriendo, deportivamente hablando, desde que tenía 10 años (antes incluso de Naranjito), cuando me uní al equipo de atletismo de mi colegio, y que había estado corriendo sólo casi 30 años, en junio de ese año decidí unirme al grupo de corredores de la tienda en la que me compraba las zapatillas en Tres Cantos: Iron Sport.
Y en esa cena, en la que conocía a pocos o casi ninguno salvo a los de mi grupo de L-X 19:00, me senté en una mesa concreta, no por elección, sino, oh sorpresa, por llegar tarde. Al menos no podréis decir que no os avisé desde el principio de mi conflictiva relación con la puntualidad. Pues a esa mesa, a mi izquierda, estaba sentado José Carlos (JC), que en algún momento nos contó que su gran ilusión y reto como corredor era poder estar algún día en la línea de salida de Chamonix el último fin de semana de agosto, en el mayor evento del trail mundial (con permiso de la Zegama – Aizcorri): el ultra-trail del Mont Blanc, la UTMB.
Correr en Chamonix no sólo requería de una buena dosis de suerte para que te tocase el sorteo, la de locura a JC le da para repartir, sino que había que acreditar algo denominado puntos ITRA (International Trail Running Association), a lo que siguió un: “aaaaaaah, claro” de los pocos que seguíamos escuchando, seguido de una rápida búsqueda en Google a ver qué era eso de ITRA, UTMB, y dónde estaba Chamonix, casi seguro que Francia por eso de que el Mont Blanc cae por allí, pero mejor confirmar. Tras un silencio incómodo, alguien, no recuerdo quién, el que menos vergüenza o más sinceridad tuviera, preguntó: “¿y cómo se consiguen esos puntos?” Y ahí JC pronunció unas palabras que deberían ser su epitafio dentro de muchos cientos de años: “Yo los voy a conseguir corriendo el Maratón de las Tucas en Benasque”
El resto, ya es historia de este club gracias a un no menos mítico: “sujétame la copa que voy a ver qué carreras hay”, y lo hemos contado y compartido en crónicas anteriores. Nos tocó el sorteo de 2019, repetimos en 2022 tras la pandemia, JC no ha corrido todavía nunca en Benasque, ni la UTMB.
Y lo que empezó como una aventura de unos locos: JC, la familia Velasco – Palacios (Rosa, Juan, Cristina y José María), y servidor; ha alcanzado su tercera edición con presencia de corredores del club, 10 ediciones de la carrera.
Y no sé si ya puede considerarse una tradición, pero lo cierto es que cada vez ha ido atrayendo a más adeptos (o incautos), consolidando además la presencia en dos pruebas: la iniciática de la “Vuelta al Pico Cerler” y el debut para muchos este año en el ya mencionado “Maratón de las Tucas”. La “Vuelta al Aneto” (55km, 3.630m+) espera a quien coja el testigo de Kiko en 2022.
Nota mental: 12 inscritos– Cris, Juan, Rosa, José María, Rubén (de la Oliva), Marco, Emilio, Rubén (Moure), Marisa, Bego, Loli y yo; y creo que conté seis formas diferentes de registrar al club. Tenemos que hablarlo.
Pero no, esta vez no os voy a contar qué pasó ese largo fin de semana de risas, mucha comida y bebida y mucho correr (y muy bien algunos) Eso, este año quiero compartirlo de otra manera. Ya lo veréis, espero, literalmente hablando.
Lo que quería compartiros, y ya sé que alguno pensará que se me está haciendo largo, es dónde nos ponemos las limitaciones, y qué pensamos que es imposible. Nunca he creído mucho en el lema “Nada es imposible si te lo propones”. O más bien, proponérselo sólo no basta. Como prueba, los millones de euros que cada año se gasta el personal en su propósito de: “este año me apunto al gimnasio”. Quizá deben reformular su propósito, porque apuntarse se apuntan, lo que ocurre es que luego no vuelven a ir.
Hay que planificar, hay que prepararse, hay que sufrir, tener tropiezos y volver a levantarse, y asumir que, cuando llegue el gran día, quizá las cosas no van a salir perfectas, o como pensabas después de tanto esfuerzo y sacrificio invertido. Y entonces, en esos momentos, acordarte de por qué corres.
Y es que los humanos somos unos bichos raros, que nos enamoramos de las cosas cuanto más difíciles nos es conseguirlas. Seguro que todos conocéis a un montón de gente que no entiende por qué corréis, a qué viene tanto esfuerzo, por qué os engancha tanto. Y también a gente que os dice que ellos no tienen nada que les apasione, y que parece que nos mira con envidia, como si hubiéramos nacido bendecidos por el don de la pasión por correr. ¿Quieres saber un secreto? No creo que nadie nazca con una pasión, las pasiones se hacen. Yo odié correr más de 12 minutos seguidos hasta que tuve 18 años.
Pero creo firmemente que son aquellas cosas que nos cuestan, que nos hacen esforzarnos, que nos llevan al límite, las que se convierten en nuestras pasiones y que terminamos amando.
En mi caso, esta pasión por correr no es para ser el mejor (evidente), ni por las marcas (superé esa etapa hace no mucho), ni para demostrar nada a nadie que no sea yo mismo. Corro porque me hace sentirme vivo, fuerte, feliz y conectado. Conectado a la naturaleza en la montaña, y conectado con la gente con la que comparto el camino para llegar a estar en esa línea de salida, la alegría de llegar a la meta, si lo consigo, o que me apoyarán y animarán si no pudo ser. Porque, de repente, el reto ha dejado de ser tuyo, y pasa a ser también suyo.
Y así voy a ir terminando, porque este reto alcanzado este año en Benasque, ese “imposible correr más de una media maratón, y menos en montaña” que he dejado atrás, no es mío, es nuestro. Siempre es injusto destacar a alguien sobre el resto, y perdonadme si de alguien me olvido, en la confianza de saber que me leéis desde el cariño, un poco, sé que seréis indulgentes conmigo.
Empiezo con mis antiguos compañeros en el grupo de L-X 19:00 a los que tuve que dejar por incompatibilidad laboral, y cuyo grupo de WhatsApp me resisto a abandonar. En especial con “Rúbens”, Rubén de la Oliva y Charlie (Carlos Álvarez), que fueron de los primeros en acompañarme, allá por los montes del Escorial. He perdido ya la cuenta de los madrugones para salidas de fin de semana en los que he recibido un WhatsApp de Rubén: “Ya he salido”, “¿Dónde estás?” o “Esperándote”, el último este mismo fin de semana. Nos quedan muchos “imposibles” que superar, Rubén. Ve pensando el próximo.
De todos mis compañeros de entreno en el grupo de M-J 20:15, que siempre empieza más tarde porque me tienen que esperar: Rosa, Rubén, Alfonso, Céline, Fer, Orlane. Marco, un entreno sin tu sonrisa cuando llego y me bajo del coche, a medio vestir casi siempre, o sin tus risas, no es lo mismo. Compañero fiel casi todos los días en el vagón de cola del grupo, compartiendo ánimos y ese objetivo de “acabar dignamente el entreno”. Pero que, luego en la montaña, te transformas y no te puedo seguir cuando empiezas a subir. Algún día sé que haremos un “imposible”, tú y yo juntos en las montañas.
Y Emilio. No cambio la experiencia de este año por una mejor marca, o un mejor puesto en la clasificación, pero conseguido sólo. Hemos ido hablando, haciendo bromas, cantando (bueno, esto sólo Emilio, y poco que no lo hace muy bien), pero también sufriendo juntos. Me esperaste en Anciles, cuando podías haber seguido sin mí, y yo no podía continuar sin ti en Cerler. O llegábamos juntos, o no llegábamos.
Juan. Este año las lesiones te han tenido más tiempo esperando sólo en los entrenos, pasando frío (y calor), o montado en la bici, que corriendo con nosotros, pero ahí has estado siempre, a pesar de todo (bueno, menos si jugaba el Madrid). Y organizando los grupos, planificando, compartiendo en Instagram o en los canales del club, proponiendo planes y manteniendo la animación del equipo.
Y, para terminar, Cristina. Que esté aquí escribiendo esto, pudiendo decir: “soy maratoniano”, sería imposible sin las horas que has quitado a tu descanso para hacer mis planes de entrenamiento, para mejorar mi fuerza, ayudarme a recuperarme de mis lesiones, o a comer mejor y más ordenado. Mi paciencia cuando la perdía, mi fuerza de voluntad cuando yo flaqueaba, paño de lágrimas en las lesiones, mitad entrenadora, mitad psicóloga, 100% amiga.
Acabo, os lo prometo. No desfallezcáis los que habéis llegado conscientes hasta aquí. Una última reflexión: los niños, cuando juegan, a casi cualquier cosa, corren. Observarles en el parque, en la calle. Y no corren porque tengan prisa, ni por una marca o una posición en una clasificación general, y no saben de las oleadas de la San Silvestre. Corren porque es divertido. Corren jugando, juegan a correr.
Así que os animo a que sigamos, un año más, otra temporada más, jugando juntos. Porque correr es divertido.
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