De que hablo cuando hablo de correr…

Aunque puesto a hablar, o en este caso a escribir, lo primero será reconocer que la frase del título no es mía, sino el título en castellano de un libro de uno de mis escritores favoritos, el japonés Haruki Murakami, y que junto con el “Nacidos para correr”, de Christopher McDougall, son libros que siempre me han inspirado y animado a correr aún en mis momentos más bajos. Era ponerme a leerlos y al rato resurgir en mí las ganas de ponerme a correr para emular a sus protagonistas, y poder completar algún día una maratón o una ultra…

Reconozcámoslo: sólo con otros corredores podemos hablar con libertad de carreras, entrenamientos agotadores, series… sin quedarnos inmediatamente solos. Pocas cosas provocan más rápidamente una cara de aburrimiento que hablar de correr con gente que no corre. Además de la respuesta casi automática: “Correr me aburre” … Bueno, quizá haya una excepción: una conversación entre crossfiteros. Pero esos no cuentan, que están enfermos.

Así que sólo con gente que comparte nuestra pasión por correr podemos hablar del tema y reconocer abiertamente que, como me imagino que os ha ocurrido alguna vez, a pesar del placer y diversión que experimento al calzarme unas zapatillas e irme a corretear por ahí, mi relación con esto de correr ha tenido sus altibajos. Y supongo que es inevitable, natural y hasta saludable.

Empezaré por una reflexión: Todo el mundo corre, o ha corrido alguna vez. He observado que los niños pequeños trotan y corretean antes de poder andar con seguridad. Al menos eso me ha pasado con los míos, que pasaban de un caminar inseguro a emular a Usain Bolt en un abrir y cerrar de ojos. En especial si había algún peligro cerca: el hueco de una escalera, una carretera o un columpio con un niño montado e intentando ser el primer astronauta español en órbita … Creo que incluso hay una teoría que liga la evolución humana con nuestra capacidad para correr.

(Video de todoloqueteinteresa fuente Youtube)

Pero si ya hablamos de correr como una práctica deportiva, sean distancias cortas o largas, en pista, asfalto o en medio de la montaña, por diversión o salud, entonces yo llevo corriendo cerca de cuarenta años.

Desde que en el colegio mi mejor amigo me animó a unirme al equipo de atletismo, vista la velocidad que era capaz de alcanzar cada día en los 500 metros que separaban mi casa y el colegio, en un intento por no llegar tarde a clase debido a mi flexible concepción del tiempo.

Ambas cosas, correr y mi tendencia a llegar tarde, he de reconocer que han seguido conmigo, y sólo una sin vacilaciones. En el colegio me decanté de forma natural por la velocidad: nunca me atrajeron las largas distancias. Lo más que llegaba a correr eran los 15 minutos de calentamiento antes de cada sesión, o el famoso “test de Cooper” que teníamos que pasar en clase de Educación Física cada año.

No fue hasta que llegué a la Universidad y tuve que dejar los entrenamientos tanto de atletismo como de judo, mi gran pasión hasta entonces, que empecé a correr de forma sistemática distancias algo mayores: entre la estación de metro de Nuevos Ministerios y la Escuela Superior de Ingenieros Industriales, unos mil metros. La falta de crono oficial impide que mi nombre figure en la tabla de records de la distancia.

De nuevo mi percepción personal del tiempo no sólo me mantuvo razonablemente en forma durante esos años, sino que me garantizó un sitio cuasi permanente en la primera fila de clase, fila que era sistemáticamente evitada por todos los alumnos dado la alta probabilidad de tener que salir al encerado a demostrar tu ignorancia sobre los más variados temas ante toda la clase, por lo que la primera clase del día era muy solitaria.

Fue en algún momento de mis años de universidad que empecé a salir a correr “tiradas largas” como forma de relajarme después de las jornadas de estudio, o en verano para ir a la playa o a la piscina. Nunca superaba los 5 o 6km. Y siempre fue una actividad solitaria, en la que empecé a apreciar y a disfrutar de aislarme con mis pensamientos y sensaciones.

Tuvo que ser de nuevo fue un compañero de clase, el “Barbas” (sí, era de los pocos con barba en clase y sí, éramos todos ingenieros, así que no muy originales con los motes: estaban “El Fiestas”, “El Rulos”, y similares).

Como decía, fue el “Barbas” quien tuvo, en nuestro último año de carrera, la feliz idea de que nos apuntásemos a lo que entonces era un evento para gente rara y de mal vivir: la San Silvestre Vallecana. A ver si no a quién se le ocurre hacer una carrera de 10km el 31 de diciembre por la tarde, en lugar de irse de cervezas con los colegas…

de que hablo cuando hablo de correr

Pero éramos jóvenes y rebeldes, y queríamos ser distintos e interesantes, aunque no recuerdo que a ninguna de las chicas con las que nos relacionábamos lo de correr le interesara lo más mínimo, eso sí. Fue el año 1994 y este año 2018, si nada lo impide, cumpliré mis bodas de plata ininterrumpidas con la que ha sido, y todavía es, una de mis carreras preferidas y una tradición ya familiar el último día del año.

Desde entonces, y debido a la dinámica de esta locura que llamamos vida adulta, entré en una fase en la que correr era una lucha más que una diversión: lucha contra el cansancio, los horarios de trabajo, los compromisos, los viajes. Salvo esa fecha del último día del año, y las semanas anteriores, correr dejó de ser una realidad cotidiana en mi vida.

Y aquí aparece mi cuñado, y a pesar de eso amigo, Antonio, que decidió un buen día 2012 dejar de fumar y empezar a correr, y que para animarse y no aburrirse se puso como reto correr una carrera popular cada dos meses. Y allí que nos fuimos: el Trofeo Akiles, primer fin de semana de diciembre en la Casa de Campo, otro fijo de mi calendario.

2013 nos vio tomar la salida en 8 carreras, entre ellas nuestro primer trail en Soto del Real. Y así hasta mi record personal de 17 carreras en 2017 (no fue intencionado), con dos medias maratones en asfalto y una de montaña.

Quizá fue por el esfuerzo del calendario de descerebrados que nos impusimos en 2017, quizá por la falta de un entrenamiento planificado, o quién sabe por qué. Pero 2018 lo empecé algo desmotivado, empeorando marcas respecto a años anteriores y con el peor enemigo, que hasta entonces había evitado, haciendo acto de aparición: las lesiones. Dos lesiones consecutivas en la rodilla izquierda (cintilla iliotibial y tedinitis rotuliana), hicieron que estuviera a punto de tirar la toalla y dejar de correr, teniéndome en dique seco casi 4 meses.

Pero nunca hay que subestimar las casualidades. En mi primera carrera de montaña de 2018, la Carrera de Cercedilla, acabé de nuevo con problemas de cintilla y una fuerte torcedura. Así que me quedé a esperar a que me dieran un masaje en los puestos de fisioterapia que había en la zona de meta, en lugar de irme a mi coche nada más terminar la carrera como suele ser mi costumbre.

Y allí, mientras esperaba, vi a un grupo de corredores festejando, divirtiéndose, subiendo al podio… Ya les conocía, son de mi pueblo, Tres Cantos. Aunque alguna vez fugazmente me había planteado la posibilidad de contactar con ellos. Siempre la había desechado por falta de tiempo, incompatibilidad de horarios, y excusas similares.

Menos mal que había comprado muchas veces zapatillas y material deportivo en la tienda y me acordaba del nombre. Eso y san “Google” me dieron su correo electrónico:ironsport3c@gmail.com.

De que hablo cuando hablo de correr…

Fue así que aparecí por primera vez entre vosotros a finales de junio, y con lo que llegamos ¿al final de esta historia? No.

Parafraseando a la saga de Star Wars a un “nuevo comienzo”, en el que, a pesar de una nueva lesión en la rodilla, esta vez una tendinitis cuadricipital, que me tuvo el verano renqueante.

He recuperado las ganas y la ilusión de correr, de salir a entrenar y de juntarme con una gente extraordinaria a disfrutar de lo que después de mi familia, la música, el cine, comer, beber…, bueno que me lio, de una de las cosas que más me gusta en esta vida: correr.

Los amigos sois una constante en mi vida de corredor como motivación e inspiración para superar nuevos retos. Correr siempre es, a la postre, un esfuerzo individual y una lucha contra uno mismo antes que contra los otros. Pero, como las penas, correr es menos duro cuando lo haces con gente tan maravillosa como vosotros.

Nos vemos (tarde como siempre) en el próximo entrenamiento.

De que hablo cuando hablo de correr…

Relato de nuestro compañero Manu