EQUILIBRIO (IM)POSIBLE

 

Correr, creo que ya lo he compartido con vosotros en ocasiones anteriores, es para mí sinónimo
de libertad. Pero no la libertad épica y romántica de Mel Gibson arengando, como William
“Braveheart” Wallace, a sus tropas antes de la batalla de Stirling, que también, y que nos lleva a
soñar con grandes retos, en escenarios únicos y espectaculares, ya sea corriendo por las calles
desiertas de coches de Madrid, Valencia o Nueva York, o en las montañas que son nuestro patio
de recreo como corredores de trail.

Hablo de la libertad de horarios, de infraestructuras e incluso de otras personas. Basta un buen
calzado y una vestimenta más o menos adecuada (esto va por ti, Marco), que no hace falta que
sean caros, ni sofisticados o a la moda, y podemos salir a la calle, al parque, al monte o junto a la
orilla del mar, y empezar a mover nuestros pies, uno detrás del otro. Correr nos da la libertad de
escoger el momento, encajando las salidas en nuestros esquizofrénicos horarios de trabajo y otras
obligaciones, pero también el lugar, el ritmo y la exigencia. Corriendo estamos, al final, solos
nosotros ante nosotros mismos, y tenemos la libertad de decidir de qué manera lo vamos a hacer.
Pero es que, además de esa libertad, para mí correr es equilibrio, sobre todo en estos años post –
pandemia. Así, cuando alguien me pregunta qué es lo que más necesito, o en los mensajes que
intercambiamos a final de año, lo que más repito no es “que seas (o ser) feliz”, sino “estar en
equilibrio” o “encontrar el equilibrio”. De ahí el título de esta reflexión que comparto con
vosotros, aunque tengo que admitir que lo he cogido “prestado” de la canción de Los Piratas “El
equilibrio es imposible”, dentro de su disco “Ultrasónica” (2001). Espero, eso sí, que me salga algo
menos triste y trágico que la letra de Iván Ferrerio.

El diccionario de la RAE define Equilibrio, entre otras, como:

  1.  Estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan,
    destruyéndose mutuamente.
  2. Situación de un cuerpo que, a pesar de tener poca base de sustentación, se mantiene sin
    caerse.
  3. Estado de armonía interior de una persona, que se manifiesta en la sensatez de sus juicios
    y actos.

Creo que cualquiera de las tres es de aplicación para lo que os quiero contar, por mucho que
alguien pueda pensar que los corredores de trail no mostramos mucha sensatez en nuestros actos,
especialmente viendo las locuras a las que nos apuntamos últimamente (maratón de Tucas, GTP y
TP60), o los planes de futuro (Transcanaria, GTPE, Vuelta al Aneto).

Porque correr, y más correr por la montaña, es un ejercicio que se basa en el equilibrio. Requiere
de equilibrio entre la carga de entrenamiento y los descansos. Cuántas veces no habremos oído, y
alguno lleva al extremo a veces, eso de: “el descanso es el mejor entrenamiento”. A mí correr me
ayuda a recordar lo importante que es descansar, y a no robarle tiempo al sueño para acabar ese
informe, o responder a ese último email. Descansar, y hacerlo bien, las horas necesarias y en
condiciones, es tan necesario como salir a correr o el trabajo de fuerza.
Y este es el segundo elemento de equilibrio para correr, literalmente en la montaña. Muchas veces
pensamos que entrenar es sólo acumular kilómetros, horas de rodaje y desniveles, descuidando el

trabajo de fuerza, y de propiocepción, que nos ayudará a subir mejor, a bajar con más seguridad y
sin parecer Chiquito de la Calzada, a no tener los temidos calambres, a mejorar nuestra postura y
técnica de carrera, protegiéndonos de lesiones. Y ahí tenemos a Cristina, que pacientemente nos
diseña planes de entrenamiento de fuerza adaptados a nuestras condiciones, a los materiales que
podamos tener en casa (aunque alguno vamos camino de poder poner una tienda de material
deportivo), y al tiempo que podamos dedicar.

También, y más cuando nos estamos preparando para afrontar esos retos y objetivos que
compartimos muchos de nosotros, necesitamos equilibrio en nuestra alimentación, y con la
hidratación. Con la del día a día, para cuidar nuestro peso y salud, que cada kilo de más en la
montaña multiplica el esfuerzo, y con la del día de la competición. No me extenderé, pues hace
nada que Cristina nos dio una charla magistral, que tenéis disponible aquí (Seminario Nutrición), pero
ya sabéis el resumen: “comemos (y bebemos) mucho menos de lo que deberíamos en nuestras
salidas a la montaña”.

Pero por último, y para mí la parte más importante, correr me ayuda en mi equilibrio emocional.
Porque aunque he empezado diciendo que correr es un deporte ideal para realizarlo en soledad, lo
mejor es que me da la opción de compartirlo con otros, con vosotros, convirtiendo la rutina del
entrenamiento semanal en un rato de diversión (esos porno – entrenos de los jueves con Fer y
Alfonso), o la pereza de madrugar para una salida a la montaña en una experiencia gratificante.
Ha sonado el despertador, y son las 06:00 a.m. del sábado, 20 de julio. Amanece en Benasque, y
en el hotel puedo escuchar ya los ruidos a medida que os preparáis para bajar a desayunar antes
del maratón de las Tucas. Y siento los nervios, la ansiedad y la inquietud normal antes de una
prueba como ésta. Emociones que seguro que todos hemos experimentado cuando nos
enfrentamos a un reto al que hemos dedicado muchas horas, mucha energía, ilusión, sacrificios y
esfuerzo. Y una vez que ha llegado el día D, y se aproxima la hora H, siento mariposas en el
estómago.

Los nervios me van a mantener alerta, concentrado, con el cuerpo listo para el desafío. Y en el
momento en el que dan la señal de salida, los nervios me abandonan, dejando espacio a otras
emociones. De euforia, pero también de incertidumbre: ¿y si no sale todo como espero? Soy
plenamente consciente de que durante el desarrollo del reto que he asumido, que hemos asumido
juntos, pasaré por momentos de todo tipo. Las casi 10h que me esperan por delante no van a ser
un camino de rosas precisamente. Fugazmente, en esos momentos pienso “¿por qué no habrás
escogido otro deporte, majete?”. Pero cuando llegan esos pensamientos recuerdo cómo nos
hemos preparado juntos, todo lo que hemos entrenado. Me giro un poco y tengo a Bego aquí
cerca, corriendo sonriente junto a mí. Un poco más delante va Emilio, y Marco se ha quedado un
poco rezagado. A Cris o Rubén hace tiempo que les perdí de vista, como era de esperar. José
María, Pipo y Dani van juntos a escasos metros a mi izquierda, Así que no pasa nada, todo va bien.
Y cuando estoy atravesando “el desierto”, bajando del Collado de la Plana, simplemente bajo un
poco el ritmo, aprovecho para comer algo (14 dosis entre barritas y geles consumiré al final de la
prueba, ¡¡madre mía, madre mía, madre mía!!), bebo y me hidrato bien, pongo un poco orden en
mi cabeza mientras reorganizo la mochila y coloco bien los bastones para la bajada. Y entonces,
me tomo un momento para respirar hondo, cierro los ojos mientras siento el sol en mi cara, y el
viento, y los olores de la montaña, y al abrirlos, veo, a lo lejos, el refugio de Ángel Orús. Y sé que
no estoy sólo, que os veré a todos en la línea de meta donde me estaréis esperando y animando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y me siento en equilibrio.
Y echo a correr ladera abajo.